Capítulo 3
Cuando
Mark era estudiante en la Academia de Policía, fue un futbolista consumado en
los juegos interpoliciales del Estado. Su habilidad de delantero en la
división, siempre fue algo que admirar por las mujeres y que envidiar por los
hombres. Durante el juego de final de temporada de su penúltimo año se
encontraba en su mejor momento; en el minuto ochenta y cinco y luego de un pase
se encontró casi frente al arco, con dos hombres que le impedían el paso y
luchaban por seguirle el ritmo, en su arrogancia trato de ir más rápido y casi lo logró, sin embargo Roberto Laguña uno
de los dos jugadores a expensas de ganar tarjeta roja le hizo una falta que le
hizo comer el pasto del estadio; el
impacto le vació los pulmones y le dejó en blanco por mucho tiempo. La realidad
parecía lejana, el rostro del entrenador, los médicos y sus compañeros encima
de él parecían los de una película muda y en cámara lenta. Irreal. Pasó mucho
tiempo antes de volver en sí, y luego de salir de ese trance no pensó que algo
le sucedería así de nuevo. Hasta ahora.
Su mano temblaba
ligeramente mientras miraba con sus ojos verdes grisáceos un par exactamente
igual a los suyos, no supo que decir, que hacer, solo mirar esa pequeña sonrisa
con hoyuelos le conmovía en un lugar del corazón que no sabía siquiera que
tenía. Era similar a ponerle cuerda a un reloj que nunca fue usado antes y que
atropelladamente comenzaba andar. No tenía material de padre, al menos eso
creía, por eso siempre había evitado
problemas con las mujeres, simplemente llevaba a cabo relaciones de sexo
consentido, como algo que disfrutar y darle vuelta a la página, excepto el
breve lapso con Elizabeth nunca se planteó seriamente una relación de pareja, e
incluso entonces “hijos” no era una palabra que pasara por su mente en ese
entonces. Y luego pues, era un terreno ya inútil para recordar.
Pero ahora un pequeño
ángel le miraba desde esa fotografía con una sonrisa tan llena de luz, ya se sentía un hombre nuevo, con un nuevo
propósito. Quería ser su amor, su héroe, su amigo, quien la subiera en sus
hombros y corriera como loco con ella a través del parque, de la playa. Quería,
quería, tantas cosas sin saberlo. De un momento a otro se dio cuenta de una
cosa. Tenía madera de padre.
Sobreponiéndose al
impacto que su recién descubierta hija le supuso, paso a un segundo plano.
Elizabeth. Maldita mujer. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo lo privó de ocho años lejos
de Maribel? El desprecio que sentía por ella se multiplicó, no había duda de
que había sido perversa, mezquina e insensata. La mancha de la traición había
crecido y ya era difícil de retirar. Con los ojos aun húmedos miró a la mujer
frente a él. Estaba asustada y hacia bien en estarlo. En este momento quería
quería hacerle muchas cosas. Todas malas.
— ¿Por qué me lo ocultaste? — Sin más le
hizo, la única pregunta de la cual deseaba una respuesta.
Ella
lo miró, con sus grandes ojos como un bosque más amplios y húmedos y verdes que
nunca. Casi sentía lastima por ella, casi…
— No pude. No sabía cómo lo tomarías, que me dirías. Luego de que yo me
fuera y te…
— ¿Me abandonaras? — la interrumpió él. — ¿Me dejaras plantado en la
iglesia, vestido como un idiota y saliera detrás de ti? No te preocupes, mi
despecho no duró mucho. Un par de borracheras y pude recuperarme muy pronto, de
hecho logré descubrir poco tiempo después que no era amor eso que decía sentir
por ti. No fuiste más que un encaprichamiento Elizabeth. Solo dejaste mi
orgullo herido y nada más. Así que no era para tanto. Al contrario de mi hija,
eso sí que es harina de otro costal. — Con furia arrojó lo primero que encontró
en su escritorio contra la pared. Los bolígrafos se desperdigaron por toda la habitación
como arboles caídos en una tala masiva. — No tenías ningún derecho a mantenerme
ignorante de su existencia, ni mantenerme lejos de ella durante ocho años.
¡También es mi hija maldita sea! — Alterado le dio la espalda. No podía
mirarla, en su lugar miró el familiar escenario frente a él.
—Sí, sí.. tienes razón. — Elizabeth bajo la mirada, con sus mejillas
mojadas y movió las manos nerviosamente. — Sé que tienes todo el derecho a
estar molesto, que debes odiarme, también sé que fui cobarde al huir de ti, no
tengo excusas más que aquellas que guardo dentro de mí, razones de por qué no
te busque y te hice saber de ella antes. No puedo decirte porque lo hice, y ya
no es importante. Tampoco puedo devolverte el tiempo perdido. — Otra lagrima
cayo, mientras miraba su espalda ancha y fuerte, se le veía rígido con los
puños apretado sobre el alfeizar de la ventana. Tan fuerte. Tan distante. Tan
furioso. —Te juro que iba a buscarte, sé que no me crees pero es así. Esta
circunstancia solo es algo que sucedió, pero aun si no hubiese ocurrido te
hubiese buscado. Créeme que tenía buenas razones para hacerlo. Solo te pido que me ayudes a encontrarla. Sin
ella no puedo continuar, ella es mi todo Mark. Por favor... — Elizabeth ya no
lo pudo soportar y estallo en llanto.
Con un juramento, Mark se acercó a ella. No quería tocarla, pero tampoco
soportaba verla así. Le costó mucho poder contenerse. Recordó las palabras que
le dijo momentos antes y cuanto le costó decir todas las mentiras acerca de sus
sentimientos. Por supuesto que entonces la amaba, ella había sido el eje
alrededor del cual él giraba. Ella era la rueda y el un incansable Hamster.
Ella habia sido más que una chica, había sido “su chica”. Pero decirle eso
habría sido demasiado peligroso, no podía darle herramientas para herirlo.
Nunca más.
Se acercó al escritorio del cual saco unas toallas de papel, y se las
tendió. Temblorosa ella las aceptó. Elizabeth era un puzzle que luego
resolvería, de alguna manera la haría pagar por todo lo que le hizo, las
razones no importaban. Pero ahora, su hija lo necesitaba. Y el infeliz que
estaba detrás de su desaparición pagaría muy caro el haberle tocado uno solo de
sus cabellos. Nadie más le robaría un instante lejos de su pequeña Maribel.
Nadie. Por algo era conocido como el mejor en lo que hacía, esta era la misión más
importante que llevar a cabo en su vida y se juró que no fallaría.
Dando la vuelta al escritorio, se sentó de nuevo. Con un propósito y un
fin nuevo.
— Muy bien Elizabeth, ahora necesito que me des todos los detalles
posibles acerca de tu padre. Necesitamos actuar y muy pronto. — Haciendo una
pausa la miro, levanto una mano y le dijo mirándole a los ojos —Te quiero
advertir una cosa antes de proseguir y quiero dejarlo claro. No me interesa si
es tu padre o no, pero pagará por secuestrar a Maribel. No solo porque es una
niña inocente que no merece pasar por toda esta mierda, sino también porque es
mi hija, y lo mío lo cuido y lo protejo con mi vida si es necesario, no me
interesa el escandalo o las consecuencias de aquí en adelante. Jugaré sucio si
tengo que hacerlo. ¿Está claro?
Elizabeth no tenía nada que decir. Solo
asintió. Hace mucho su padre había dejado de ser importante para ella. Su hija
lo era todo, y este hombre delante a quien había amado con toda el alma velaría
por ella en un futuro y además sabía que la amaría sin reservas. Solo deseaba
que las cosas pudiesen ser diferentes, que no se hubiesen torcido. Que tuvieran
remedio. Que ella no estuviera rota, pero así es el destino que le esperaba.
Ahora debía dejar de lado eso y ser fuerte por su pequeña. Maribel era lo más
importante, ella solo un daño colateral.