Capítulo 2
El ruido de la puerta de la oficina al abrirse la hizo volver al presente,
tensa se dio la vuelta lentamente con los puños apretados a cada lado y
temblando ligeramente. Allí estaba él. Sujetaba el pomo de la puerta, mientras
la observaba claramente sorprendido, una expresión que fue sustituida
rápidamente por otra completamente fría e indiferente. Sus increíbles ojos
azules grisáceos, se habían endurecido al recuperarse de la sorpresa de verla,
tornando el color de sus ojos al del acero que coronaba una mandíbula cuadrada
y contundente. Llevaba el cabello negro a la altura de la nuca y un mechón le
cruzaba la amplia frente, haciéndole ver más joven. Sus labios yacían apretados
en una línea. Se le notaba tenso, aún a través del atuendo negro que usaba en
el momento, se adivinaba un cuerpo musculoso y atlético. Aunque los años no
habían pasado en vano, tenía pequeñas arruguitas a los extremos de los ojos y
pronunciadas ojeras. Pero lejos de restarle encantó aumentaba su masculinidad. Al
contrario de ella, él no había desmejorado en su apariencia, todo lo contrario
estaba aún más atractivo que antes, su propio cuerpo despertó después de todos
esos años solo con mirarlo de nuevo. Luego de un momento, cerró la puerta
detrás de él y se dirigió a la silla de su escritorio con paso rápido y seguro.
Al sentarse la miró y sin ningún saludo, la interpelo.
—Muy bien Elizabeth, puedes
comenzar diciéndome que quieres, así podremos finalizar con lo que sea que te
trajo aquí. —Le dijo, mientras anotaba algo en una carpeta delante de él
dejando claro con esa indiferencia que no era bienvenida. Algo dentro de en su
pecho se encogió de dolor. Era mucho más doloroso estar frente a él de lo que
pensaba. A pesar de que su alma entera se agitaba delante de él, de que su
corazón superaba los latidos normales, se obligó a hablar.
Elizabeth apretó el bolso que tenía sobre las piernas y se armó de valor para
decirle lo más importante referente a su visita. No era fácil, pero esperaba hacerlo
bien, no estaba segura de durar demasiado tiempo sin desmayarse. Tomo asiento
en la silla al otro lado del escritorio y lo miro antes de hablar.
—
Se trata de mi hija. Maribel tiene ocho años, tres días atrás
pasé a recogerla a la escuela, sin embargo nunca apareció, su profesora me dijo que un hombre mayor, fue a
recogerla una hora antes, se presentó como el abuelo de mi hija y al ser
familiar directo de la niña, no tuvo reparos y le entregó mi hija.
—
¿Estás segura de que se trata de tu
padre?.
—
Creo que sí. No estoy complemente segura
pero mi padre me ha estado amenazando durante el último mes con quitármela sino
regresaba a New York con él, por supuesto no acepté y había dejado de insistir,
pensé que todo quedaba allí, no pensé que sería tan desarmado como para llevar
a cabo su ultimátum. No sé qué pueda hacerle a la niña, Maribel es muy sensible
y dulce, fácilmente impresionable, él no mirara atrás para tratarla con la
rudeza que lo caracteriza y ella no podrá entender eso, nunca ha estado lejos
de mí, y yo tampoco puedo soportar estar lejos de ella…— su voz se quebró en
medio de un sollozo, se sujetó el rostro entre las manos para evitar la
vergüenza de llorar frente a él. Seco como pudo las húmedas mejillas
mientras Mark la miraba fijamente, la suya era una mirada insondable y muy
intensa.
Su puño
bajo la mesa estaba rígido mientras la observaba. Se veía tan frágil,
tan afectada, tan… hermosa. Más que antes. Los años la habían madurado, tenía
un halo de mujer que antes era de inocencia y pureza. Sin embargo también
estaba distinta, su cascada de cabellos
caoba estaban sujetos en un rígido moño en la nuca, su rostro lucía cansado y
se notaban las ojeras por su falta de sueño, lo cual en sus circunstancias era
comprensible. No pudo evitar, sentir lastima por ella. Sentir que todo en él
quería consolarla, pero no podía hacerlo, ¿verdad?. Aun cuando la deseaba, que
anhelaba tocar esas mejillas una vez más, la mancha de su abandono era
imposible de borrar. Muy adentro, Mark tampoco quería hacerlo. La chica que
recordaba entre un frondoso jardín de orquídeas no era esta mujer delante de él,
el tonto de hace ocho años tampoco existía. Ambos habían cambiado, y su herida
ya no era más que una arruga larga y fea en su coraza de hombre.
—Elizabeth, solo me puedo imaginar por
lo que estás pasando, la angustia de no tener a tu hija y todo lo que eso
conlleva, pero no entiendo por qué crees que pueda ayudarte. Para empezar, él
es su abuelo así que no está en un inminente peligro dado que no es un loco ni
nada parecido, lo segundo es que no está en mi jurisdicción policial, no me
compete a mi ayudarte, sino las autoridades de la ciudad donde resides...
—Te equivocas Mark —lo fulminó con la
mirada, debía adelantarse y decirle todo sin más, ya después se enfrentaría a
sus acusaciones o lo que trajera consigo la noticia que se disponía a darle. Por
Maribel debía ser fuerte. — En cuanto a lo primero, tal vez mi padre no sea un
loco legalmente pero yo viví sus maltratos, sé quién se esconde detrás de los
trajes de Versace; tu no. De lo segundo…— Tragó con fuerza y saco
de su bolso de mano una fotografía de una niña de unos ocho años. Se mostraba
sentada en la pequeña roca de una playa, vestía un bañador rosa y unas
sandalias del mismo color. Su abundante cabello negro y ondulado, destacaba en
su piel de porcelana, apenas un flequillo negro atravesaba su frente, las
mejillas rosadas estaban adornadas con unos adorables hoyuelos producto de la
encantadora sonrisa que lucía en ese momento. Sin embargo, lo más resaltante en
su apariencia eran dos cosas, los ojos de un azul grisáceo adornados con
espesas pestañas y debajo de su ojo derecho un lunar negro. La pequeña recreaba
claramente los rasgos exactos del hombre que tenía frente a ella. Con una mano
temblorosa le paso la fotografía.
— Ningún otro tendrá mayor éxito de
encontrar a Maribel, que su propio padre. Y tú Mark… — Lo miró entre lágrimas,
detallando como este se quedaba lívido y en estado shock, entre tanto asimilaba
la noticia y contemplaba con una mano temblorosa sujetaba la imagen de su hija,
Elizabeth se obligó a decir. — Eres su padre.
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