Capítulo
1
Villa Hermosa, en la actualidad
Mark estaba verdaderamente agotado, y mientras se sentaba en el viejo sofá de
su apartamento, puso su chaqueta de cuero negra de cualquiera manera al lado.
Respirando profundamente, se tocó las sienes, estas le latían dolorosamente
desde temprano. Con pesadez se levantó y se dirigió al botiquín detrás de la
puerta del baño, con los ojos achicados tanteó hasta encontrar sus píldoras
para la migraña. Solo le quedaban dos, las tomó ambas con un vaso de agua y se
dirigió al pasillo que daba a su habitación.
El suyo era un apartamento pequeño sin adornos ni cuadros, solo el viejo
sofá, la tele y una vieja mesa, era todo lo que se podía ver en la sala a
simple vista; en la cocina reposaba encima de la mesada de losas blancas una
cafetera y un microondas, al lado de estos un pequeño refrigerador con un
arsenal de comida para micro, generalmente solo iba a casa a dormir así que
nunca vio la necesidad de comprar una cocina ni toda su parafernalia. Su
habitación seguía el mismo patrón de tamaño y escasa decoración que el resto
del piso, se dirigió hacia el baño ubicado a mano izquierda, sin encender la
luz se desnudó y entró en la ducha. El agua fresca le calmo poco a poco el
cansancio y el malestar. Luego de ducharse por unos minutos salió, apenas se
seco y se tiró a la cama, el colchón crujió bajo sus casi dos metros de altura
y proporcional peso, mirando el techo ya sentía como poco a poco el analgésico
hacia su trabajo, pero no lo suficiente. Una vez más, el rostro de Elizabeth
invadió como una neblina sus sueños.
Lo despertó el sonido del móvil, la costumbre ganada en su oficio le hizo
contestar al instante.
—Diga —dijo con voz aún ronca y brusca
por el sueño.
—Buenos días Detective Díaz, lo estamos
solicitando con urgencia en la oficina Antisecuestro. Se trata de un asunto
apremiante. —Mark rápidamente identifico la voz de Claudia, la centralista telefónica
del departamento de policía.
— ¿Quién demonios puede estar
necesitándome hoy? Ayer cerré el caso que tenía pendiente y, Peter sabe que
estoy en mi día libre. —Gruño ya completamente despierto y algo molesto.
Su mal humor se volvía patente.
—Es un caso delicado, la madre de la
víctima no suelta prenda y… es una niña de apenas ocho años señor. Dado que
usted tiene experiencia de un caso similar, el comisario Tompson creyó prudente
contar con su ayuda. —La mujer hizo una pausa, dejando que Mark asimilará lo
que acababa de decirle. —Sabemos que no le gusta ser molestado durante su día
libre, pero en estas circunstancias creo que le convendrá venir deprisa. La
madre está verdaderamente mal. Pero eso no es todo…El detective Tompson cree
que, la mujer tiene algún tipo de relación familiar con usted…
— Debe ser un error Claudia, el
comisario Tompson ya sabe que no tengo parientes. Dígale que… —La mujer le
interrumpió.
—Lamento contradecirlo Detective,
pero sin embargo, debo decirle que la mujer se muestra verdaderamente
insistente, yo diría que es asombroso su empeño señor. A todas estas. ¿Qué debo
decirle al comisario, detective Díaz?
Intrigado y ligeramente molesto, Mark recordó claramente el caso de secuestro
que le causo sus problemas de insomnio y destruyó su vida de raíz, dos años
atrás. Acababa de ser promovido a detective y había sido asignado al
departamento de Antisecuestro de la comisaria de Villa Hermosa. Su alto sentido
de la justicia no solo se basaba en atrapar a criminales y asesinos, sino darle
a esos que violentaban las leyes, una lección que nunca olvidarían. Por
aquel entonces se creía un jodido John Wayne. Seis meses luego, Maria Bushkin, se había presentado en su
oficina con la denuncia del secuestro de su pequeña hermana Sorana de nueve años. La chica había
desaparecido mientras pasaba las vacaciones de verano en una pequeña campiña,
en las montañas del norte con sus abuelos maternos. Hacía apenas una semana
después de haber partido de casa, los abuelos llamaron a Mary para notificarle
que la niña había desaparecido, y para confirmar que no había error, esa misma
tarde le llegó una carta a Mary pidiendo una recompensa, bajo la amenaza de
usar a la pequeña para fines perversos. Fines que a la final, fueron llevados a
cabo.
Mark dedicó un año y medio a esa investigación, adoptando las mejores
estrategias y métodos disponibles; con esto logró hacerse un nombre en los
círculos de antisecuestro, la liberación de la chiquilla se convirtió en su
obsesión al punto de que casi acaba con su sistema nervioso en el proceso. Pero
no salió como esperaba y desde entonces solo tomó los casos más comunes con el
fin de cumplir el periodo necesario para pedir el cambio a otro departamento.
Ahora sus malditos planes, se estaban yendo a la basura porque por mucho que
quisiera evitarlo, era un hombre justo y solo de imaginar otra niña parecida a
Sorana en manos de esos bastardos, le daban nauseas. Lo haría esta última vez.
Además le intrigaba saber quien rayos era la madre de la niña, quizá se trataba
de alguna compañera del instituto o una vieja conocida.
Con un suspiro se levantó de la cama, entre tanto lograba decirle a
la mujer del otro lado de la línea del teléfono.
—Dígale que estaré allí en veinte
minutos.
*******
Elizabeth Nassau, daba vueltas en la pequeña sala de interrogatorios de la
Comisaria de Villa Hermosa con tanta continuidad que casi sentía como se iba
gastando el talón de su propio zapato. No era así como había soñado que sería.
Esperaba un encuentro diferente. Debería haber sido mucho antes. En realidad,
nunca debió dejarlo aquella mañana en la estación pero se trataba de ella al
fin y al cabo. Nunca había tenido las cosas fáciles, siendo la única hija del
poderoso Décimo Nassau un magnate del
comercio del transporte y las telecomunicaciones, snob y
dominante. En su niñez tuvo a su alcance dinero y lujos, pero jamás el amor de
su padre. Siempre la mantenía a distancia, nunca llegó a concebir su heredero,
a pesar de haberse casado en numerosas ocasiones, todo fue en vano.
Para Decimos, Elizabeth era un error. La
diferencia que lo complicaba todo en el futuro de su imperio. Años de trabajo
duro construyendo un imperio que no tendría a quien legar. Elizabeth entendía
el punto de vista de su padre, ella no era una mujer de negocios, tenía intereses
tan distintos, no se imaginaba siquiera detrás de un escritorio analizando el precio del dólar o viendo el detalle los
informes económicos internacionales sobre las novedades tecnológicas. Su
habilidad financiera se limitaba al hogar,
nada más allá del pago de servicios de su pequeña casa, la compra mensual y el
colegio de su pequeño sol. Mientras miraba a través de la ventana en la acera
de enfrente a un chico en una patineta realizando maromas y zigzags, los
recuerdos venían a su mente. Claro que trato de complacer a su padre de otras
maneras, destacándose en aquello en lo que sí era la buena, en el colegio y la
universidad se destacó en literatura, gramática y en las artes en general, eso
era lo amaba. Sin embargo para Décimo esas actividades no eran merecedoras de
elogios y menos de su atención, necesitaba alguien que lograra producir de
manera brillante ganancias para el negocio, no que conociera de clásicos, que
demonios puede hacer El Quijote o Strauss por él, como solía decirle el dinero
nunca duerme, ¿no es cierto?.
Como último recurso arregló un
compromiso entre su mejor hombre en la compañía, el frio y calculador Gabriel Laykos, alguien que era tan duro
en los negocios como su padre de hecho lo consideraba su hijo putativo,
Elizabeth no tenía nada en contra de Gabriel, de hecho le agradecía que ayudara
a su padre pero se rehusaba a ser usada en un arreglo comercial, a que su
matrimonio fuera tratado como una inversión a futuro, jamás podría soportar
sustituir una pesadilla por otra. Ya no era una niña.
Finalmente Elizabeth decirle al gran
millonario que era suficiente, y
había decidido independizarse y ser feliz por su cuenta, pero su padre no lo
acepto. . Era una Nassau después de
todo. Tuvo que huir, aunque no duro
mucho tiempo antes de que él la encontrara. De pronto se encontró huyendo de
nuevo, hasta que luego de cambiar su nombre comenzó una nueva vida en otro
país, con alguien a quien amaba, pero su pesadilla regreso y huyo de nuevo con
un secreto a cuestas. Era un sacrificio por otro, y éste era la luz de su vida,
todo cuanto amaba. Todo iba bien hasta que el mes anterior sucedió algo que
destruyó literalmente su vida, al menos eso creía. Esto sí que terminó por
arruinarle la vida. Su padre las había encontrado. Y esta vez había tomado algo
que Elizabeth no podía perder.
Se detuvo por un momento y contempló, a través de la ventana situada por encima
de la mesa del escritorio de Mark, a unos cuantos peatones y policías que
hacían su misteriosa y cotidiana danza en frente del edificio, el entrar y
salir, salir y entrar nuevamente. El aire del atardecer primaveral era tan
suave como la mantequilla, la pequeña población de Villa Hermosa disfrutaba de
esta época del año de una hermosa primavera, con sus calles anegadas de casas
de fachadas blancas y frondosos y verdes árboles, que cambiaban primorosamente
con cada estación del año. El pequeño pueblo se les antojaba a los lugareños un
lugar perfecto para vivir, para el paseo y el entretenimiento. Incluso el
índice de delitos era cada vez menor, parecía un pequeño paraíso con sus
grandes montañas encaladas junto al mar. Siempre había adorado esta comarca, en
donde ese color dorado reinaba cada tarde, en una época lejana había soñado con
criar a sus hijos aquí. Para ella también era primavera y sus pensamientos
giraban incesamente en torno a su pequeña hija y el hombre al que después de
seis años vería de nuevo, Mark Díaz. Y no se sentía para nada tranquila, cada
minuto de espera se le antojaba una agonía de solo pensar en cómo él
reaccionaría al verla. Sabía que la aborrecía o al menos lo haría luego de este
encuentro. Esperaba que la despreciara pero rogaba a Dios en silencio para que
no la odiara, eso no podría soportarlo.
me gusto mucho me espere lo de q la hija era de el, esperare el segundo cap muy bueno este nyra felicidades
ResponderEliminarGracias linda
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